Wednesday, April 8, 2015

La Ironía como herramienta para quitar el aliento.


“nuestra danza es el mundo en el que queremos vivir”

Lo que nos quita el aliento es algo que puede transformarnos o transformar el mundo en que vivimos. Y aunque sea en minúscula parte, visto desde la conformación de un YO, de un individuo, se puede decir que es bastante.

Lo que nos quita el aliento nos pone en suspenso porque ahí no hay nada a lo que podamos aferrarnos; nuestras experiencias, conocimientos, creencias, sensaciones previas no tienen lugar allí, es algo fuera de lo común, algo nuevo que nos desarma. Nada de lo “nuestro” puede ser acomodado allí, tan solo es el mundo en torbellino y nosotros dentro de él, sin poder proceder a hacer un análisis, cuestionamientos, reflexiones. Sólo nos queda mirar, observar como se observa desde lejos. Como si el mundo entero nos hiciese una danza.

No estoy segura de que en el momento en que un suceso nos quita el aliento tengamos la oportunidad de poder elegir si dejarnos llevar o no, pero esto es un simulacro y nos preparamos para el caso suponiendo que podemos elegir, dejarnos llevar y hundirnos hasta el fondo de la experiencia.

La consigna es hacerlo todo difícil, buscar el modo de no poder hacer reduccionismos del evento, ni explicar la propia obra. Y aunque sí, hay cosas que podemos describir, las más importantes no nos lo permiten. Buscamos hacer que haya en nosotros una resistencia, hacer que durante la danza despierten en nosotros cosas que no puedan ser capturadas por la palabra, sino que la mayor parte sean cosas sensibles capturadas por la carne. Hacer como si en ese momento la existencia fuese una huida de la propia existencia.

Construimos así para nosotros un engaño, pero tan solo como medio de evitar malentendidos o entendimientos apresurados. Nuestro engaño no es un fin porque sería falta de seriedad, es más bien un medio para buscar un destino, algo que no podemos dejar de tomar en serio, y no porque este destino nos lleve a algo, sino porque puede mostrarnos una idea por la que desearíamos vivir o morir.

En esta danza tomamos la ironía como herramienta para construir un mundo dónde poder vivir, y tal como los eventos que nos quitan el aliento, buscamos la sorpresa para nosotros mismos. No tomamos los hechos de lleno sino con una distancia, dando un paso atrás, acercándonos de puntitas y en silencio, sin hacer gran alboroto diciendo aquí estoy yo conmovido, sino suponiendo que los demás ya están conmovidos, suponiendo que los demás saben de lo que estamos hablando para entonces mostrar… y dejar planteada una duda.

No venimos bajo el servicio de una idea sino de una duda, puesto que del suspenso de nuestra existencia ante las cosas es de donde surgen las dudas y las revelaciones. Es un destino que tomamos por supuesto para entonces avanzar desde cero.

No venimos arremetiendo contra todos, pues al referirnos a “los demás” nos referimos a los que construyen esta danza y a todo aquel que quiera escuchar. Con “los demás” suponemos un asombrado observador, un asombrado oyente.

Se llama Simulacros porque nosotros mismos volvemos a ocultar lo que se ha descubierto y repetimos. Repetimos hasta el cansancio, casi hasta la desesperación. Los intérpretes bailan con la intención de encontrarse a sí mismos, a una nueva versión de sí mismos pero sin reconocer ningún en sí. De esta manera nos comunicamos con silencio. Silencio que es vital ante el suspenso de un YO.

Desde la ironía vamos construyendo una estética que tiene fundamento en el engaño, porque la estética no se compone de proposiciones firmes y secas, no se compone de afirmaciones puesto que nada habría qué descubrir. La estética tampoco se compone de ilusiones, porque nada puede construirse de ellas, no sería real para nosotros.

La estética que usamos se compone de proposiciones hipotéticas, de secretos a medias develados como lo es todo secreto; apenas diciéndonos lo suficiente como para saber que existe, porque no se posee un secreto hasta que no se hable de él, aunque sea engañosamente. Pero en la consigna está no hablar tanto de él como para hacer que se extinga, y con hablar me refiero a exponerlo bailando.

Cada intérprete debe descubrir el lugar esencial, la sustancia sobre la que se afirma su secreto, la excepción que es capaz de poner en suspenso a toda su persona, y es por medio de la repetición y de la danza que lo va descubriendo, que se va modelando a sí mismo en el sentido de que modela a toda su persona dentro del suspenso.

Con las repeticiones construimos un discurso fragmentado, preservando así tanto el misterio que se enmascara como la libertad del oyente. Se busca un discurso maleable a la imaginación y atención de sus observadores, de los que sepan mirar y escuchar lo oculto y crear lo impensable.

Con las repeticiones también rebuscamos, renunciando a la facilidad de lo hallado, avanzando para encontrar algo que supone perder lo anterior, porque lo que se busca no es una revelación sino el suspenso, el silencio, la pausa que precede a toda duda y revelación.

Se ha elegido la ironía porque esta se utiliza para dar a entender lo contrario de lo que se dice; se es bailando, pero bailando buscamos hasta un punto no ser, se van generando situaciones que para los intérpretes  parecen incongruentes, o que tienen intenciones que aparentan ir más allá del significado más simple o evidente.

La palabra ironía viene del griego Eiron que significa pícaro, simulador, palabra que también se utilizaba para designar al que finge ignorar lo que conoce. Esta ignorancia fingida es nuestro punto de partida hacia el suspenso.

Cada intérprete será un ironista. Un ironista se oculta, utiliza máscaras y puede ser descubierto por medio de pausas, de cambios de tono, de posturas. Si quiere mantenerse oculto, necesita siempre volver a comenzar desde otro punto para no ser descubierto, o escabullirse justo en el momento en el que el otro está por adoptar la misma idea u opinión que el ironista. Un ironista constante no tendría opinión, sólo llega al extremo de las opiniones, donde ya no queda nada qué decir.

Se agolpan así versiones y versiones, se hace un discurso fragmentario que busca confundir. Se desenvuelve lo que se halla anudado, se atan los cabos sueltos pero no se desenvuelve lo que se halla oculto, sino lo que aún no se ha concebido, lo que aún no se ha realizado. Es un hacer y narrar, hacer y bailar, la danza como descubrimiento y creación de sí.

Los intérpretes no pueden jugarse el suspenso de los otros. Cada uno puede sólo arriesgar la propia vida, y es menester que vayan moldeándose a sí mismos ya que si lo hacen por otro, lo hacen por una opinión ajena y entonces no se han podido encontrar a sí mismos.

Esto es un modo de darse forma pero a la manera inversa. No se ponen las ideas en el cuerpo, sino que cada intérprete se va plantando con un cuerpo por detrás, con fallas y logros en la carne y su manera individual de hacerlas espíritu por delante, el reverso de la encarnación, el cuerpo se hace carácter y de este modo se construyen los personajes.

Es vital que los intérpretes entreguen de lleno todo lo que tienen, lo abandonen. Entonces los intérpretes no engañan pues sus secretos, la esencia de lo que buscan son aquello que los engaña. El proceso compone así una movilidad constante y en lugar de hallazgos tan sólo queda el rastro de los ironistas. Entre ellos pueden reposar, tomar un descanso, pero solo en la medida en que entre ellos titile la clave de su secreto, la posibilidad no construida que puede llevarlos a quedar sin aliento.


Fuentes: 
Kierkegaard, El concepto de ironía.
y http://monica.virasoro.com/post/la-ironia-kierkegaardiana-1

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